MUELLE DE ARRILUCE.GETXO.VIZCAYA. ACUARELA DE PALOMA ROJAS

miércoles, 12 de junio de 2013


Las guerras del siglo XVII
Apuntes de la clase impartida por D. Luis Crovetto

Olivares no hace más que reanudar las directrices que marcaron los reinados de Carlos I y Felipe II, aunque quizá con un acento algo diferente; se marca mucho el apoyo a la rama vienesa de la familia, en defensa de  un orden europeo y cristiano bajo la hegemónica dinastía de los Austria.
El paso del pacifismo al intervencionismo no puede achacarse solo a la iniciativa del conde-duque sino también a una serie de factores condicionantes. Podemos distinguir las siguientes etapas:
1618: Todavía durante el reinado de Felipe III. Uceda muestra ya un mesurado intervencionismo: política más activa en Italia y la participación de ejércitos españoles en la fase palatina de la Guerra de los 30 años.
1621: Prudencia inicial de Olivares. Tratado de Madrid y consultas sobre la conveniencia de prolongar la tregua en los Países Bajos.
1625: Intervención en Génova por el ataque francés, en Mantua por la sucesión al trono y en el Imperio por las agresiones danesa y sueca.
1635: Intervención a ultranza. Lucha decisiva por la supremacía material y moral en Occidente.

Podemos decir que la política de intervención progresiva se la señala a Olivares las circunstancias. Fue una coincidencia que en 1621, apenas comenzado el reinado de Felipe IV, expirase la tregua con Holanda y fueron los Consejos de  Portugal y de Indias, alarmados por el incremento del comercio de los Países Bajos, los que decidieron las hostilidades. Casi al mismo tiempo murió el archiduque Alberto de los Países Bajos y de  acuerdo con el testamento, al no tener hijos, su viuda Isabel Clara Eugenia queda como  gobernadora en nombre de su sobrino Felipe IV.
Alberto de los Países Bajos
Isabel Clara Eugenia
Otra vez Ambrosio de Spínola entra en acción con la victoria de Fleurus y el éxito de la escuadra de don Fadrique de Toledo, primero en el golfo de Cádiz y luego en las Antillas. De hecho los neerlandeses tuvieron que abandonar sus establecimientos americanos. Desde 1624 hay un recrudecimiento de los combates que culminan en 1625 con la Rendición de Breda después de un célebre asedio. Precisamente  festejando este éxito se escuchó por primera vez el. Grito de ¡Viva España!
Ambrosio de Spínola
Fadrique de Toledo
Pronto los asuntos flamencos son superados  por sucesos más importantes que se producían en Italia y Alemania. La nueva política francesa del cardenal Richelieu volvía los ojos una vez más a la eterna tentación italiana. Primero, la protesta por la temida ocupación de la Valtelina, con la decisión de  la evacuación del valle por parte de España, aunque manteniendo el derecho de paso y el gobierno católico. Pero al demorarse  el cumplimiento de este acuerdo, se  precipitó la invasión francesa. Pero  contra lo que Richelieu esperaba la mayoría de los estados italianos se pusieron a favor de España. En  España fue una guerra popular: la reina regaló sus joyas, las ciudades, barcos, la nobleza, un millón de ducados y las levas produjeron un contingente de más de 100.000 hombres. Un gran ejército desembarco en Génova y salvo a esa república, tradicional aliada de España. Los  franceses se ven obligados a volver a su país y por el tratado de Monzón se respeta el paso de la Valtelina.
Cardenal Rechilieu


Mapa de la Valtelina
Firma del Tratado de Monzón
Se produce otra guerra en Italia por la sucesión en Mantua (1628-1631) El motivo de  la intervención es político ya que el duque de Nevers, candidato francés, que tenía más derechos, se acaba imponiendo pero con compensaciones a los amigos de España. La Paz de Casal, no puede considerarse como una derrota ya que no supuso pérdidas territoriales de ningún tipo pero representa una cierta merma del prestigio español, hasta entonces intacto en Italia.
Duque de Nevers
Mientras, en el corazón del Imperio arde la guerra, Fernando II y Maximiliano de Baviera habían aplastado la insurrección palatina y asegurado la supremacía católica, pero el elemento protestante no dejaba de buscar la revancha y con la ayuda de potencias extranjeras y la hábil diplomacia de Richelieu, que, trabajando bajo cuerda para crear nuevos enemigos a la Casa de Austria, hace que el conflicto se internacionalice y obligue al Emperador a pedir ayuda a su primo español para restablecer la supremacía católica, debido a que en 1626 los daneses con Cristian IV deciden entrar en liza. El conflicto se extendió por todo el Imperio y Fernando II llegó a verse en serio peligro hasta la llegada de los tercios de Flandes que derrotan en la batalla de Lutter a los daneses e imponen sobre la mayor parte del suelo alemán  la Liga Católica. 
Maximiliano I de Baviera
Cristian IV de Dinamarca
Fernando II Emperador
Batalla de Lutter
No tarda en sobrevenir una nueva intervención, esta vez sueca, con Gustavo Adolfo de Suecia, que había convertido a su país en una gran potencia militar. Su  idea es conquistar  territorio del Imperio para presidir una liga protestante que englobara a todo el mundo germánico. El ejército sueco era una maquinaria bélica irresistible, sus soldados, que usaron por primera vez uniforme moderno, seguían una disciplina estricta, ensayaban sus movimientos y los ejecutaban con precisión automática. Los fusiles de chispa les daban una superioridad de disparo  ante las armas de mecha. Además  aparece un arma de fuego capaz de ser utilizad por la caballería: la pistola. Ante el empuje sueco ni la fortaleza de Tilly ni el genio de Wallenstein, el más importante general católico que además fue asesinado en 1633, pudieron ofrecer oposición adecuada.  Además  ese mismo año muere Isabel Clara Eugenia en Bruselas por lo que Felipe IV, fiel a la costumbre de colocar a príncipes de la familia a gobernar los Países Bajos, envió allí a su hermano el cardenal-infante, don Fernando, que tenía el carácter y personalidad que faltaba a su hermano. De hecho se piensa que fue Olivares el instigador para alejarlo de la Corte. Don  Fernando con lo mejor de los tercios siguió la ruta imperial de costumbre: Génova, Milán y los pasos alpinos hasta Alemania y en Nordlingen chocan las dos infanterías  más famosas el mundo. Los  suecos quedaron destrozados y los príncipes alemanes firman La Paz de Praga y los soldados españoles llegan a las orillas del Báltico.
Gustavo Adolfo de Suecia

Juan Tsercllaes de Tilly
Albrecht von Wellenstein
Cardenal-Infante Don Fernando
La guerra entre católicos y protestantes se había convertido en una lucha por la hegemonía europea y daba la sensación de que a pesar de todos los síntomas de cansancio los católicos se habían impuesto.
Luis XIII de Francia
Sin embargo el conflicto se reinicia  enseguida ya que Francia, potencia católica, se dispone a entrar e lucha contra la casa de Austria con lo que  la que la Guerra de los 30 años cobra un cariz distinto: desborda el campo religioso y aparece como un enfrentamiento entre dos grandes potencias España y Francia por la hegemonía europea. La Francia de Luis XIII se ha robustecido política, económica y demográficamente y si el rey es incapaz, se ha rodeado de ambiciosos ministros, primero Richelieu y luego Mazarino; era el momento para que Francia rompiera el cerco que le imponía la Monarquía católica por todos sus costados.
Cardenal Mazarino
Para los españoles la intervención de Francia en la Guerra de los 30 años fue una traición a la causa católica, para los franceses fue sencillamente una medida política  para acabar con el exclusivismo español. Pero  terminó  representando un enfrentamiento entre dos modernidades posibles, dos formas de entender la vida, una teocéntrica y otra antropocéntrica. 
La  concepción española supone un orden cristiano del mundo, capaz de hacer al hombre cumplir su propio destino; este orden es objetivó e irreversible: hay un bien, una verdad, una justicia hacia los que se debe encamina el género humano, todo lo que sea desviarse de ese único camino es negativo, específicamente malo. 
La otra concepción, entroncada con el pensamiento calvinista y que Francia hace suya, se basa más bien en una visión antropocéntrica de la vida. La  Verdad puede existir como algo objetivo, pero el hombre la percibe a través de la razón. “Si mi fe y mi razón se opusieran algún día, monologaba Cyrano de Bergerac, yo no tendría más remedio que inclinarme en favor de mi razón”. 
Descartes pone las bases del racionalismo moderno. Acepta la Verdad, no porque es sino porque él la ha comprobado; ahora bien el subjetivismo separa a los hombres. Cada hombre, (esto es influencia  luterana) puede interpretar en su conciencia la verdad de  forma distinta,ya que no se reconoce ninguna norma objetiva de autenticidad. 

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