EL VALOR DE LA SINCERIDAD
El diccionario de la Real Academia la define como: "sencillez, veracidad, modo de expresarse libre de fingimiento"
En otras palabras, se puede definir la sinceridad como amor a la verdad, aunque en ocasiones este amor nos puede suponer incomodidad. San Josemaría Escrivá de Balaguer decía " nunca quieres agotar la verdad.- Unas veces, por corrección. Otras, las más, por no darte un mal rato. Algunas, por no darlo. Y, siempre, por cobardía".
El diccionario de la Real Academia la define como: "sencillez, veracidad, modo de expresarse libre de fingimiento"
En otras palabras, se puede definir la sinceridad como amor a la verdad, aunque en ocasiones este amor nos puede suponer incomodidad. San Josemaría Escrivá de Balaguer decía " nunca quieres agotar la verdad.- Unas veces, por corrección. Otras, las más, por no darte un mal rato. Algunas, por no darlo. Y, siempre, por cobardía".
Sinceridad implica ausencia de doblez. Quién se comporte de esa forma tan solo inspirará desconfianza y cautela, porque no sabemos con quién tratamos o si nos van a traicionar en cualquier ocasión. Es muy de agradecer el trato con gente de la que te puedes fiar, que juega limpio, que se presenta tal como es.
Por otro lado, la sinceridad no es dejar heridos a los demás: se puede decir la verdad sin herir, cuando se dice con respeto y delicadeza. Las personas que nos han querido de verdad nos han dicho verdades que no han dejado huella negativa precisamente porque nos sabíamos amados
La sinceridad puede tiene distintas manifestaciones. Abarca un abanico que va desde reconocer las propias equivocaciones, y limitaciones hasta aceptarnos como somos sin amargura ni caer en un estéril conformismo con nuestras errores.
Todos tendemos a no reconocer los propios defectos de carácter y echar la culpa a los demás de nuestros propios fracasos o decisiones inadecuadas. Se pude dar el caso de aceptar teóricamente nuestros errores pero rebelarnos ante la confirmación de los mismos por parte de la gente que nos rodea.
Sin embargo existe una actitud muy relacionada con la sinceridad y que llena de paz y serenidad: LA CAPACIDAD DE RECTIFICAR cuando nos damos cuenta de que no tenemos razón o estamos equivocadas. Actitud que se convierte en un deber de justicia cuando esta en juego los derechos y la fama del prójimo.
Rectificar no significa fracasar, sino que por el contrario enriquece nuestro conocimiento, ampliando y aceptando información que desconocíamos hasta entonces. Rectificar es señal de sabiduría.
No rectificar los propios errores, demuestra que nos amamos más a nosotros mismos que a la verdad. Corremos el riesgo de hacer el ridículo o de meternos en un laberinto de ambigüedades e inexactitudes para justificarnos. Rectificar requiere humildad porque la humildad, como decía Santa Teresa, es la verdad.
Quien es noble y sincero con los demás se hace acreedor de su confianza. Espontáneamente acudimos a él. Le hacemos participes de nuestra intimidad porque sabemos que no nos va a traicionar. Confiamos en su discreción, sabemos que no hará uso de lo que hemos hablado aunque no hayamos subrayado que estaba sólo destinado para él.
La falta de seriedad, las formulas de compromiso, los descuidos y negligencias, las indiscreciones, por lo contrario contribuyen a crear un clima de desconfianza.
Por otro lado que los demás confíen en nosotros nos hace personas más responsables.
En esta época de relativismos, amar la verdad exige un esfuerzo continuo de honradez hacia nuestras propias convicciones, que pueden crear un clima de rechazo. El peligro que acecha es temer ser tachado de radical, estrecho, poco flexible, de haber quedado anclado en el pasado. Se acepta mejor el talante de compromiso, de ambigüedad, de quedar bien con todos. Quién no claudica de sus principios resulta muy incomodo.
El rechazo a la verdad es tan antiguo como el hombre mismo: Adán y Eva: se ocultan de Dios en el Paraíso y cuando este les pregunta que ha ocurrido cada uno se refugia en el error del otro: la mujer me dio a probar la manzana, fue la serpiente quien me engañó.
Hay que contar con que hay gente que no quiere escuchar la verdad, o aceptarla.
Sin embargo tenemos que fijarnos en las personas que están dispuestas a no dejarse comprar por lo conveniente, sino defender la verdad aunque no sea una posición aceptada por la mayoría. La mayoría no hace una verdad: aunque todo el mundo en un Parlamento, decidiera que matar a un discapacitado es legal no dejará de ser un crimen el hacerlo. La legalidad no exime a Hitler del genocidio.
En la vida se nos presentan muchas ocasiones de ejercitar la sinceridad en sus distintas manifestaciones: ser claro en nuestras relaciones personales, rechazar la ambigüedad, defender a quien está injustamente o innecesariamente acusado o juzgado, cuando el ambiente que nos rodea es gratuitamente adverso, reconocer nuestras equivocaciones, continuar siendo amigo de quien nos ha dicho una verdad que puede herir pero que es la medicina que necesitamos, ser claro sin herir.
Vivir la sinceridad implica valentía, generosidad. Porque puede haber situaciones en las que serlo suponga pagar un alto precio. Es un valor muy atractiva pero como todo valor hay que trabajarlo. Hay que hacer ejercicios de sinceridad. En las pequeñas cosas. En detalles nimios, que nos preparan para situaciones más comprometidas y de mayor envergadura.
Adjunto un vídeo que en tono jocoso nos habla de lo que puede ocurrir cuando se realizan acciones que adolecen de poca claridad, otro aspecto de la sinceridad:
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